sábado, junio 03, 2006

Como para ir calentando la olla

Vuelvo a las andadas despues de todo este tiempo. En realidad, tuve mas andanzas durante el tiempo que no aparecí por este medio que nunca. Ahora con un poco mas de quietud emocional y física volverán a leerme en este blog.
Explicaré escuetamente que la version impresa de este blog-revista no saldrá más hasta que la situacion jurídica del dueño de la nueva imprenta que conseguí, despues del incidente marital con la hija del anterior, se clarifique y vuelva a su trabajo habitual.

Con sentido de esta Re-inaguracion, citaré un fragmento de la novela El Jugador, de Fedor Dostoievski. El mismo es un diálogo del protagonista, Alexei Ivanovich, y la mujer a quien ama, con la que tiene una relacion de dependencia absoluta. Elegí este y no otro fragmento porque cada vez que lo leo mis sentimientos se ven mas representados por esas palabras, esas declaraciones. Y recientemente he de comprobarlo con hechos.

- ¡Tonterías! En cualquier situación uno debe mantenerse condignidad. Si es preciso luchar, lejos de rebajar, la lucha ennoblece.

-Habla usted perfectamente. Y presume que yo no sé sostener midignidad. Es decir, que siendo digno,no sé mantener esta dignidad.¿Cree usted que puede ser así? Sí;todos los rusos somos así. Voy aexplicárselo: su naturaleza, demasiado ricamente dotada les impide encontrar rápidamente una forma adecuada. En estas cuestiones lo más importante es la forma. La mayoría de los rusos estamos tan ricamente dotados que nos es preciso el genio para descubrir una forma conveniente. Ahora bien,frecuentemente estamos faltos de genio, que es cosa rara en general. Entre los franceses y en algunos otros europeos la forma está tan bien fijada que se puede aliar a la peor bajez a una dignidad extraordinaria. He aquí por qué la forma tiene entre ellos tanta importancia. Un francés podrá soportar sin alterarse una grave ofensa moral, pero no tolerará en ningún caso un papirotazo en la nariz, pues esto constituye una infracción a los prejuicios tradicionales en materia de conveniencias sociales. Si los franceses gustan tanto a nuestras muchachas, es precisamente porque tienen unos modales tan señoriales. O más bien no. A mi juicio, la forma, la corrección, no desempeña aquí ningún papel, se trata simplemente del coq gaulois. Por otra parte, no puedo comprender esas cosas... porque no soy una mujer. Quizá los gallos tienen algo bueno... Pero, en resumen, estoy divagando y usted no me interrumpe. No tema interrumpirme cuando le hablo, pues quiero decirlo todo, todo, todo, y olvido los modales. Confieso, desde luego, que estoy desprovisto no sólo de forma sino también de méritos. Sepa que no me preocupan esas cosas. Estoy ahora como paralizado. Usted sabe la causa. No tengo ni una idea dentro de la cabeza. Desde hace mucho tiempo ignoro lo que pasa, tanto aquí como en Rusia. He atravesado Dresde sin fijarme en esa ciudad. Usted ya adivina lo que me preocupaba. Como no tengo esperanza alguna y soy un cero a sus ojos, hablo francamente. Usted está, sin embargo, presente en mi espíritu. ¿Qué me importa lo demás?¿Por qué y cómo yo la amo? Lo ignoro. Tal vez no sea usted hermosa.¡Figúrese que no sé si es usted hermosa, ni siquiera de cara! Tiene usted, seguramente, mal corazón y sus sentimientos es muy posibleque no sean muy nobles.

-Usted espera, tal vez, comprarme a fuerza de oro -dijo-, porque usted no cree en la nobleza de mis sentimientos.

- ¿Cuándo he pensado yo en comprarla con dinero? -exclamé.

-Con tanto hablar ha perdido usted el hilo del discurso. Intenta comprar mi cariño, ya que no a mí misma.

-No, no; usted no tiene nada que ver. Ya le dije a usted que me cuesta trabajo explicarme. Usted me aturde. No se enoje a causa de mi conversación. Usted comprende por qué no puede enfadarse conmigo. Estoy sencillamente loco. Por otra parte, su cólera me importaría muy poco. Me basta solamente imaginar, en mi pequeña habitación, el fru-fru de su vestido, y ya estoy dispuesto a morderme los puños. ¿Porqué se enfada usted conmigo? ¿Por el hecho de llamarme esclavo suyo? ¡Aprovéchese de mi esclavitud, aprovéchese! ¿No sabe usted que un día u otro la he de matar? No por celos o porque haya dejado de amarla, sino porque sí, la mataré sencillamente, porque tengo algunas veces deseos de devorarla. Usted se ríe...

-No me río lo más mínimo -dijo-. Y le ordeno que se calle inmediatamente.

-Sepa, además, que es peligroso que pasemos juntos. He experimentado
muchas veces deseos de pegarla,de desfigurarla, de estrangularla. ¿Cree usted que no me atrevería? Me hace usted perder la razón. ¿Imagina que temo el escándalo? ¿El enojo de usted? ¡Qué me importan a mí el escándalo y su enojo! La amo sin esperanza y sé que luego la amaría mucho más. Si la mato, tendré que matarme yo también. Pues bien, me mataré lo más tarde posible, a finde sentir lejos de usted ese dolor intolerable. ¿Quiere saber una cosa increíble? La amo cada día más, lo que es casi imposible. ¿Y despuésde esto quiere que no sea fatalista? Recuerde lo que le dije anteayer, en Schlangenberg, cuando me retó: "Diga una sola palabra y me arrojo al abismo." Si hubiese dicho esa palabra, me hubiera precipitado en él.¿Puede usted dudar de ello?

- ¡Qué estúpida charla! -exclamó.

-Estúpida o no, nada me importa. En su presencia tengo necesidad de hablar, de hablar sin tregua... y hablo. En su presencia pierdo todo amor propio y me da todo igual.